Dice Thom sentado en su piano: hay un pequeño niño creciendo en esta casa, él nunca se va, él nunca se irá. Yo, hablablando principálmente de yo, sentando y debajo de tu falda morada cerraba los ojos para no sentirme quebrar. Sigo confundido, no sé de donde me ha nacido el deseo por encontrarte, de humillarme y arrodillarme para lamerte y besar tu descarada ausencia y desinterés. Es probable que jamás entiendas, es duro y hermoso estar allí, la sensación de libertad crece una infinidad estando encerrado ahí. La luz cambia de sabor, las texturas se perciben diferentes y no hay mejor cosa que tocar que tu piel cubierta por tu humilde bozal sexual. Lo azul se vuelve blanco, lo duro se vuele ríspido y lastima mis palabras que se han vuelto sinceras en mi nuevo recinto confesional. La textura de la tela cambia su sabor y su olor toca diréctamente mi medula espinal, los escalofríos llegan a mis pies provocando comezón. Dura se vuelve mi razón y mi deseo se torna una canción.
Horrenda sensasión de soledad, no hay tiempo para una respuesta, resulta tan trascendental ser tan intrascendente. Pero lo estuve, hechizado estuve, no podía soñar otra cosa. Salpicado y herido, con yagas en la boca y el corazón regresé dormido a mi rincón, ese que siempre me ha querido y que denota y conmosiona mi alterado estado emocional. No podré quitaramelo de la mente, el pequeño niño nunca se va, él nunca se irá. El niño crece y en un asesino se convertirá. Crece sólo, víctima de la cotinianidad transformada en ausencias, víctima de sus propias creencias y de su ya inútil forma de susurrar. Dulce sabor a muerte, los popotes sirven de marimba para tan extraño momento. Respirar debajo de esa falda morada resultó ser dulce y denotante de un espacio que suena hueco al hablar. El nunca se irá. Ya regresará, hay algo en el agua, tiene que regresar. Tú regresarás. Buenas noches a todos, gracias. Gracias Thom.
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