Al respirar bajo el agua se pierde la perspectiva de las cosas, el mundo se hace grande y el tiempo se acorta. Las bocas que juntas hablan en la intimidad se vuelven presas de tanta hostilidad. La penumbra sobra y el frío abraza sin preguntar. Los sabores no tienen olores y las texturas pierden finura si no se emplea cierta concentración.
Al respirar bajo el agua uno tiende a morir de pronto, se arruga la piel y el cabello flota como si se detuviera el tiempo. Viviendo así, sin nadar, sin realmente conocer el fondo ni el peso del agua, uno puede sobrevivir con un ligero suspiro, ese que se da de más si se quiere renacer pronto pues la sal sana las heridas y en la inmensidad de esa enorme soledad nunca se está realmente solo.
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