De niño, cuando vivía en Huatusco, solía pasar las tardes con mi mamá. En ocasiones visitábamos a sus tías, allí vivía un perrito pekinés de color café rojizo llamado Chamuco. Su dueña era mi tía Rosa, quien solía contarle a la gente que yo de más pequeño me negué a ayudarla a bañarlo con un sincero ¡e’saco! El perro murió, pero su fotografía, hasta donde sé, continúa colgada en la pared. Mi cuerpo dejó de ser el de un niño. Durante la carrera, en el curso de Periodismo III desarrollamos columnas; ahí comencé a realizar textos que evocaban a la nostalgia de sentirse amado, cada columna tenía como protagonista la búsqueda de un personaje llamado Ella. Para el examen final había que entregar una novela corta, 60 cuartillas. Recurrí a reciclar algunas cartas a exnovias como monólogos, pero debía encontrar un protagonista y las situaciones para que ocurrieran dichos discursos. Así nació Kurco, el niño astronauta; y su copiloto, el perro Pachino, ambos se embarcaban en el universo infinito para buscar a Ella. Obtuve un 9 de calificación final.
Al salir de la carrera, se me podía ver tomando café, tomando notas en mi moleskine y dibujando todas las tardes en el café El Veracruzano. Esas tres cosas me traían una paz enorme. Una tarde, recordé al Chamuco, a Kurco y a Pachino; una tarde, tomando café dibujé por primera vez al Perro Churrito. Lo dibujé con orejas, no le puse nariz porque no me salían. Elegí el nombre de Perro Churrito porque la “errre” es una letra que no puedo pronunciar como todos los demás. Lo pinté rojo porque el Chamuco estaba a nada de ser rojo, dibujé a un niño astronauta porque la idea de flotar por el espacio infinito aún me asusta; le puse un traje espacial biológicamente adaptado en forma de perro porque un bichito de estos es un excelente compañero y amigo para un niño; y el traje sin duda representa el confort y a la vez la burbuja protectora que mi madre sigue deseando que tenga.
Le quité las orejas, nunca me gustaron cómo me salían. Le hice una nariz de bolillo color roja, nunca le pude dibujar una nariz bonita. Al encontrar un trabajo de oficina me volqué en dibujar en los momentos donde elaborar un video necesita de una espera prolongada. Comencé a elaborar perros churritos como terapia al tedio, a lo que vivía, para drenar la tristeza y expresar mi alegría, para hablar de mis temores y la ansiedad, del desamor y el amor, pero sobre todo para hablar de mi paternidad. El Perro Churrito es ese niño que aún habita en mí y que suele ver detalles donde nadie más los ve. Y aún tengo esos momentos de espera excesivamente prolongados donde dibujo y me siento acompañado.