Y aunque identifico el origen del golpeteo, no me atrevo a entrar. La tranquilidad que da la oscuridad disfrazada me invita a quedarse más tiempo del necesario. El teléfono no ha sonado, no sé también por qué lo espero. Tal vez sea yo el que espere a llamar.
Tampoco me atrevo a asomarme para ver si ya se ha cerrado la puerta, el solo crujir me produce espasmos tan pausados que se logran sincronizar con lo que respiro. Y aún no suena, no sé por qué sigo esperando. Con cada cabezazo el pasillo parece más largo, se prolonga sin sentido. Aún puedo ver el rincón que da a mi habitación. Continúa creciendo, hace lo que quiere con mis nervios.
No logro visualizarme fuera ni lejos de este corredor. Aunque estuviese aquí, el resultado no sería tan diferente de lo que he estado imaginando: el hacerlo me pesa en la nuca, en el lóbulo derecho.No termina de doler, no termina de aliviar. Punza. Sigue sin sanar y continúa pasando.
La ternura es en lo último que pienso, de hacerlo ya lo hubiese llamado. Omito el creciente susurro del interior del cuarto, suena bien, es decir, suena cálido. Aunque la alfombra se sostiene hay algo en el color del aire que me hace dudar; quisiera flotar y terminar entre sus piernas.
(Nota sin fechar, ocurrida entre el 26 de Julio del 2007 y el 13 de Agosto de 2007).
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