Enfrentarme a mi vida ha sido una tarea equivocada que se me ha asignado. Ahora descanso, tomo un respiro de los demás, de mi mismo, consciente de que debo mover los dedos o sino quedaré estancado. Me he identificado con canciones tristes, acordes pesados, imágenes grises y un lenguaje visual basado en el ritmo, en mostrarme que en la imposibilidad de la imagen radica su hermosura. Pienso a la vez que mantengo revueltas las ideas; que salto de una esquina de la cama a otra, aunque sé que duermo en la de arriba a la derecha; que me emociono fácilmente por una idea nueva, por una canción, por un sentimiento, por una corriente de aire, pero al final del día será extraño haber movido un dedo. Aún me detengo a preguntarme cuál será la señal que estoy esperando, si el estar estático debería ser la indicada.
Las enfermedades de años recientes me han golpeado en el ánimo, tanto como lo han hecho esos actos vandálicos en donde criaturitas de extraño carácter han roto mi corazón bastante. La nariz coagulada es un término que aplicaría para referir mi anterior estado, pues creo he mejorado, ahora soy el hipocondríaco crónico. Y tal como lo profetizó una canción “un grupo de doctores en Orizaba dijo ven, yo te puedo ayudar”, y creo así ha sido. Tal vez eso esté esperando, un poco de estabilidad, un poco de aire fresco, medio año sin padecer fiebre, o sólo un nuevo acogedor hogar.
Situaciones bipolares siempre he vivido: tirar a un niño en el kinder al quererlo atrapar en un juego y no sentirme mal al observarle una poco de sangre derramar; preferir hacerme partícipe del nacimiento de una nueva mata de café al lanzar un grano doble en lugar de tener buena suerte al conservarlo; subir el cierre trasero de un escotado vestido en lugar de besar esa descuidada rubia espalda; quedarme sentado y sereno el par de ocasiones en que con una sencilla afirmación he sido objeto de infidelidades, sólo por ejemplificar las ahora presentes.
Tres veces he querido morir, pero sólo una he querido matarme. Morir en momentos de tristeza absoluta, una por enfermedad, otra decepción y la tercera ya no la recuerdo; todas recordándome quizá los dos puntos importantes de mi tan mal hecha tarea. No sé en qué momento ocurrió, no sé si en verdad pasó, tal vez lo sigo imaginando, puede que ni siquiera esté pasando pero, en mi cabeza e hipotálamo encuentro encerrada la palabra amor. Necesitad o manía, enfermedad o deseo, el impulso de darlo todo por alguien y escuchar un abrazo me mueven bastante. Pero quizá lo más preocupante es que ahora mismo sigo pensando en que estoy a la mitad de una película, que alguien en algún lugar escribe a quemarropa el guión de lo que pasará mañana y que yo, como personaje de comedia romántica debo disfrutar del soundtrack de mi vida.
Debo estar en problemas, desde hace años me ha dado por escribir, platicarme cosas, compartirlas a veces con otros; haciéndolo siempre soltando lo que llevo sin saber a dónde iré a parar. Pero nunca me he preocupado de este acto, en muchos puntos encuentro el hilo, en otros me gusta enredarlo, pero siempre continúo sin detenerme mucho, como si el sudor fluyera en mí. Mentiroso he sido de pequeño, un par de tablas me han dado para argumentar historias; en mentiroso me he convertido al escribir historias que se asemejan a lo que nunca viví; y como no queriendo la cosa, me gusta colocar datos en el aire, mentir sin que nadie lo sepa, para al final confesar mi travesura y hacer dudar a la gente, para que en ese momento les argumente que lo contrario pudo haber ocurrido, dejándoles esa mayor duda, pues puede que haya vuelto a mentir.
Deja una respuesta